‘Me considero marginal’
Cristóbal Peñafiel V.
QUITO. Juan Carlos Cucalón, escritor guayaquileño, durante la entrevista en Quito, ciudad en la que habita.
El escritor guayaquileño Juan Carlos Cucalón, de 45 años, quien reside en Quito desde el 2007 por trabajo, critica a la sociedad porque considera que su existencia se basa en lo preestablecido y él no se ha sentido dentro de ese grupo que cree que está haciendo lo correcto. Ganador del Concurso Nacional de Literatura, género cuento, organizado por la Casa de la Cultura del Guayas, Cucalón dice que escribe porque le gusta y que cuando alguna de sus obras se publica, es porque alguien la financió.
Usted escribe mucho, pero publica poco. ¿A qué se debe?
Me di cuenta de que quería ser escritor pasados los 25 años de edad. Mi primer taller literario lo tuve cuando tenía 23. Ahí me agarró el gustito por escribir, por contar, pero me daba como miedo, recelo por publicar.
¿Qué porcentaje de lo que ha escrito ha publicado?
Un veinte por ciento. He publicado mis trabajos en revistas literarias, en antologías de los talleres que he recibido. Hoy por hoy trabajo con Soho y con Diners.¿Y dónde está ese material?Lo tengo yo.
¿Va a publicarlo?
La Universidad Católica de Guayaquil publicó mi primera antología, con cinco cuentos (1994). Luego el Banco Central, con el taller de Miguel Donoso, publicó siete u ocho; después vino el premio Pablo Palacio (2007); ahí gané un primer premio con Miedo a U2, obra que se publicó. Y así...
¿Y no ha pensado hacer un paréntesis para dedicarse a publicar lo ya escrito y dejar de escribir por el momento?
En este momento tenía escritos tres libros de cuentos y estoy, paralelamente, trabajando en dos novelas. Uno de esos libros de cuentos (Surcos obtusos) es el que acaba de ganar el concurso. Cuado me llegó la convocatoria, me dije: ‘De los tres, este es el que se acerca más a la posibilidad de alcanzar el premio’, y lo mandé. Y gané. Nunca he pensado hacer lo que hace todo el mundo: trabajar cinco años de su vida, reunir unas pesetas para un día tener un poquito de plata y publicar un librito que le ha costado los ahorros de su vida. Yo escribo porque me gusta y cuando se publica algo es porque me están pagando por eso. No es arrogancia, pero trabajo de esa forma.
¿Cuánto ha influido en su creación el hecho de haber vivido en otros países?
Muchísimo. Es imposible abstraerse de cambiarse de lugar, de conocer nuevas culturas, de enfrentarse a nuevos retos. Cuando llegué a Tokio fue una experiencia única. Allá la gente es diferente, hace todo diferente, come diferente y hasta se va al baño diferente.
¿Qué le inspiró ese ambiente?
Tengo cuentos que están inspirados en ese ambiente. Un leve indicio, por ejemplo; trata sobre una comuna de gente que vive cerca a una playa, pero que no se hablan, no se dicen nada, viven atemorizados y encerrados en pequeños cubículos. Tengo otro, Mi madre japonesa, que cuenta una experiencia bien singular que viví en Hiroshima. Y así logré escribir bastante.
¿No ha pensado escribir algo de lo que pasa en el Ecuador?
No me gusta dar avances de lo que estoy trabajando, pero podría adelantar que una de las novelas que estoy escribiendo recoge la actualidad de la vida en Guayaquil. Hablo acerca de la sociedad guayaquileña y el teje y maneje económico de Guayaquil.
Pero habrá que apurarse publicando, porque los temas cambian...
Esos temas siempre van a estar allí. Lo que pasa es que hoy se llaman de una forma y mañana de otra: es como el Congreso, el ‘Congresillo’, la Asamblea y, al fin y al cabo, son...
En su obras habla de la marginalidad, ¿se considera marginal?
Me considero marginal y marginado por propia resolución. Veo que la sociedad vive en cierta forma preestablecida porque así son los grupos sociales que se aceptan entre ellos. Pero yo nunca me he sentido dentro de ese grupo que cree que está haciendo lo correcto, porque creo que mi búsqueda de la vida siempre ha sido ver lo que está más allá. He procurado caminar por el filo de la baranda, mirando a los dos lados. El otro lado también existe. Hay quienes no quieren ver el otro lado y dicen ‘yo soy bueno, quiero seguir siendo bueno, y mejor no miro al mal’. Yo no, yo expongo y les digo: ‘Miren, aquí está el otro lado, aquí están las prostitutas, aquí están los drogadictos, aquí están los delincuentes, aquí está la gente que salió de su cuna’.
¿Por qué la homosexualidad es un tema en su narrativa?
La homosexualidad es tan parte de la sociedad como cualquier cosa. Tres de los veintisiete textos míos hablan directamente sobre protagonistas homosexuales, el resto habla de una realidad que vivimos los países latinoamericanos, que es una masculinidad que está disfrazada en el homoerotismo. Se ve que los muchachos se visten de cierta forma para tener un buen consenso dentro de su propio grupo masculino; los latinoamericanos tenemos poses de machos para que el otro macho no nos joda. Esa es una construcción de homoeroticidad, de superficie erótica que no llega a la sexualidad. Cuado yo trato la sexualidad, la digo tal como es.
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