reza el titular del diario que esta mañana, con una sonrisa sin dientes, ofrece al público transeúnte La Chayo. Habiendo vendido diarios y revistas durante toda su vida, ha sido, es y por propia decisión seguirá siendo analfabeta.
Me mira a través del temblor grasoso de sus pupilas chatas y sus arrugas de gruta seca se arquean, se suavizan y desplazan para decirme sonriendo, No, tain se acabó, tengo niusgüic. Me sorprende, pero atribuyo a los años de experiencia el saber que los contenidos de ambas son similares. Olvido lo que le iba a preguntar y ella, dejándome con los labios entreabiertos buscar en la memoria, me interrumpe, No bonito, yo no leo letras.
Imagino que debo haber pensado en voz alta. No, claro que no, me corrige, posando la punta de su índice sobre mi frente. La sorpresa se agranda abriéndome la boca. Solo leo lo que no se ve, ¿me dice?, ¿piensa?, ¿pienso que piensa? Bruja, susurro bajo la alfombra de la habitación más secreta de mis ideas, para que no me oiga, y quiero irme rápido, huir como el niño sorprendido, en plena travesura. No puedo. Con sus enladrilladas manos atrapa las mías y en silencio me diría, Ninguna brujería mijito.
Arqueando sus cejas deja sin párpados las cuencas de sus ojos que se vuelven arremolidamente profundas, succionando con fuerza de torbellino mi mirada y mi conciencia. Entro en ella, entiendo, aprendo y callo.
Al devolverme a esta mañana, no la veo partir. Me ha dejado solo, iluminado y sin sed. Tomo un diario del montón y lo ofrezco gritando, Endemoniado, endemoniado…
...este cuento me da mucho miedo...
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