Hay que beber mucha agua, decía Sandy y lo sigue diciendo. Tiene un cutis divino, mantenido como en su adolescencia, que ni el acné se atrevió a deslucir; y eso que nunca dejó de juerguear con nosotros. Siempre jaló y fumó y de todo, pero ella, divina a punta de agua, eso es todo.
Hace años que Sandy sabe que tiene sida, no se le ha manifestado activo, pero todos los exámenes se lo recomprueban sucesivamente. Hay que ver que sigue divina. Mucha agua.
Ella vio morir a su último hijo a las pocas horas de nacido y ayudó a morir al marido a quien, más de una vez, encontró de madrugada con algún pelado de esos after parties. Que, ¿qué hizo? Contempló la escena, ni siquiera se atrevió a apagar el vhs, prender la luz o interrumpirlos, nada de eso, se deslizó quedamente, recogió los vasos y al salir dijo, Les voy a traer agua.
Sandy continúa divina. Sus dos niñas, las gemelas, crecieron, son lindas, tienen esposos y familias, nunca como los de la madre. Tiene un novio vih positivo como ella con el que sale desde hace tiempos. El loco dice que es poeta y que por eso no morirá. Mucha metáfora, mucho enredo, lo cierto es que Sandy lo repite, Es poeta y por eso no morirá, lo dice para creérselo, pero igual le pide que tome mucha agua, que siga su ejemplo. El novio es un ser maravilloso, casi un personaje de la Serrano: poeta polisexual de los que siempre han sabido amar a la divina Sandy.
Como todo en su vida, la noticia del sida la tomó como un trago de agua cristalina de cascada santa. Serena, sin aspavientos escuchó al médico que le recomendó, Tiene que tomarse una nueva muestra para el análisis de comprobación. Sí, claro, dijo sin inmutarse. Su marido debería chequearse también, Por supuesto, yo misma me encargo de traerlo. Así siguió aceptando y escribiendo todas las órdenes de su doctor hasta que llegó lo del embarazo. Sandy, le dijo, aún no llega a la novena semana, puedo practicarle un aborto terapéutico, por su estado. No.
Fue rotunda. Ese niño tendría que nacer y que llamarse James como su padre. Sabía que el riesgo era alto y no le importaba, ella lo querría igual que a las hijas. Bebió toda el agua del mundo durante ese embarazo, que fue de lo más normal, y el niño nació. Lo pusieron sobre ella como se hizo con las otras, pero a éste lo retuvo por más tiempo, con unas fuerzas que desde entonces reconoció como la vida. La muerte se lo quitó con cara de enfermera. Nueve horas solamente, aunque el neonatólogo certificó a los 45 minutos de nacido, No tiene ninguna patología congénita, la sangre está limpia, reflejos perfectos.
James quedó hecho un guiñapo. Lloró tres días seguidos sin darse tregua, Por qué, si estaba sano, ¡por qué! Se le oía murmurar bajo espesas cobijas peruanas, clavado en lo profundo de su depresión. Había superado algunas ya pero de esta no saldría, fue la que más le duró. Ni el sarcoma, ni la hepatitis, ni la neumonía, a él lo que lo mató fue la pena. Esa última esperanza de perpetuarse sano que no se consiguió, esa que había llenado de extraordinaria potencia a Sandy, a él lo liquidó en cuestión de meses. Una noche, No quiero despertar mañana, le dijo a Sandy. Ella bebió su último vaso de agua de ese día sentada al borde de la cama, se metió bajo las cobijas y abrazó a James dándole un beso sonado en la mejilla, Bueno, no te despierto mañana.
Y no tuvo que despertarlo nunca más, aunque falleció tres meses más tarde. Un irse, así no más, callado, dentro de sueños. Era increíble verla, no había dolor que la quebrara, ni el llanto la demacraba. Que va si cada goterón brillaba con la nitidez de una perla y reflejaba todos los azules de su mirada, porque de tan divina el sufrimiento la hacía lucir como enjoyada. Toda la familia en la mierda y ella como un brillante sobre caca.
Después de James, le tocó enterrar a la suegra que no pudo con la vergüenza y la diabetes. Luego a sus padres, los dos de golpe. Venían de regreso desde la hacienda en Cayambe a Quito y les dio de frente una Transandina. De allí en adelante, como ella misma dice, tan divina, en son de broma, Para que más cumpleaños, de velorio en velorio, todo es la misma juerga. Y es que de negro se la ve regia, parece Caterine Denueve en El Ansia. En uno de esos cafés con rosca fue que conoció al poeta, con sus tatuajes y aretes por todo el cuerpo, tiene un no se que de David Bowie. Amigo de un amigo que también se nos fue con aquello, para entonces uno más.
Al igual que Sandy el poeta no sabía como ni cuando adquirió el vih, Puede haber sido con cualquiera, decía sin pudor, No me arrepiento de nada. Ella, en cambio, no tenía a quien echarle la culpa, a no ser que fuera al agua que, como ya sabemos, la preservaba. Imposible, Ella no había tenido ningún tipo de relación de riesgo ni con James ni con nadie, la concepción, una vez más, le resultaba milagrosa, y, por último, no se pinchaba para nada. Todas sus drogas son vía oral. Tenía y tiene sexo sí, claro, pero el verdadero sexo seguro. A Ella lo único que la lleva al orgasmo es la contemplación. Ni huevitos ni huevotes con el dedo basta y sobra, mientras todo a su alrededor sean nuevos salvajes, riesgo que no la toque, por eso el poeta le cayó como anillo al dedo.
Las niñas ya son señoras y viven sus vidas, asi que en la casa enorme, el poema es para Sandy y su vate una orgía emplasticada que se eleva al infinito entre los espejos y reflejos de todas las pasiones donde se contagia el que quiere o el cojudo, porque los condones sobran y el onanismo es la ley, a lo mucho un toqueteo ensalivado por ahí, sin riesgo. Y eso sí, agua en el monoxinol, mucha agua que empujará como siempre la sicodelia sensual.
Mares, océanos abismales ha decantado Sandy durante su vida y parece que se ha transformado en la isla de Safesex, donde la muerte no puede llegar a nado porque teme que la humedad furiosa oxide la guadaña o le desintegre los huesos azucarados. Es lo único, ni azt, ni la uña de gato, ni cócteles antibióticos, ni el divino niño. Sandy sigue bella y asintomática. Dieciséis años positiva, contagiada de milagro como por el espíritu santo y ella, igual de divina, con los amigos que le quedamos continúa fumando, chupando y jalando. Parece que las fuerzas del parto no la abandonarán, se reavivan cada vez que viste duelo, ahora casi a diario, se ha acostumbrado creo.
A todo se acostumbra el hombre, hasta el poeta que ya lleva nueve años positivo, también se ha acostumbrado al régimen hidroterápico de Sandy. Fué chistosísima la presentación, más postmoderna, Tengo sida pero soy poeta, estoy dispuesto a esperar todo lo que me queda de vida para que te enamores de mí. Sandy se río a carcajadas y eso que era un velorio, lo abrazó como en condolencia pero fue más para aplacar y esconder la risotada que por otra cosa. Finalmente compuesta, divina, Por qué, preguntó.
El poeta nunca le contestó, como nunca le contestaba a nadie, pues vive perdido en ese mundo suyo que, escrito, él sigue llamando poesía. El sabor es en tu boca no en el plato, es la frase con la que aún roba besos el poeta , porque el vih no se trasmite por la saliva. Él solamente se contesta a si mismo, por eso somos poca gente la que entiende su poesía, afortunadamente. Desde que supo que era positivo, empezó a publicar y tras cada depresión y milagrosa recuperación diurética, publicó con olor a póstumo siete poemarios al estilo Cyrill Collard.
Al poco de la publicación del primero, que para él sería el único en ese entonces: "Toda la sangre", encontró a Sandy en el dichoso velorio. Luego vinieron "Nuestra sangre" "Sangre mía" "Tras tu sangre" "Sangre y vida" "La sangre olvidada" y "Sandysangre" todos estos dedicados en cuerpo y alma a élla, a la divina Sandy, que por cada poema bebe un vaso de agua cuando los lee.
Agua y sangre no harán vino. Sandy y el poeta seguirán haciendo el amor suspendidos, esparcidos, reinterpretados en el fluido etéreo del reflejo.