miércoles, 7 de agosto de 2013

Texto que fue leido el 24 de Julio del 13 en la Exposición “Mariposa Nocturna” de Arnoldo Sicles, a través de la Fundación Estampería Quiteña:



Xilografía, piel de la memoria.

Hace un chorro de años, allá  por los ochentas del siglo pasado, vine a vivir por primera vez a Quito y, en contra de toda sana advertencia de mis buenos amigos, decidí románticamente y por comodidad también -pues trabajé en el Ministerio de Educación cuando quedaba en la Mejía y Guayaquil-, conseguirme un alojamiento en el Centro Histórico de esta capital.  San Marcos fue el refugio donde me recogía franciscanamente los primeros días luego de servirme una crema de churos de la plaza de la Victoria de a quince sucres. Y como cada vez ese regreso a la seguridad se fue haciendo más y más tarde, una de esas recién oscurecidas noches, pasando bajo el Arco de la Reina, bajando la Rocafuerte hacia Santo Domingo, yo me encontré con una negra y verdadera mariposita nocturna.
Aunque se me ofreció tan barata como la sopa de churos, resultó mejor hacernos amigos y entrar a la Cascada a tomarnos unas bielas.  Cuando la mariposa se iba a ocupar (no les parece lindo ese eufemismo) yo regresaba a San Marcos; pero, hubo veces, sobre todo cuando llovía,  que se quedó conmigo y me escuchó nostalgias, desamores, bien amores y hasta traiciones  con la paciencia y el celo que solo podemos tener aquellos que sabemos disfrutar de la vagancia y hacerla arte.  ¿No le parece don Arnoldo?
No tenía cabida mi mariposa en lo que para ese entonces era el campo de batalla de la tuentifor, aquisito no más.  Ella era de las desplazadas sin cuarto a parte, que debió rondar  desfilando la cuadra de la Guayaquil a la Venezuela, con aleteo corto de polilla morena vaga trota calles y, alguna vez también, arrodillarse a laborar vestida de oscuridad y de fetichista delicia en el pasaje de la Bolívar.  Cosas como esta me contaba cuando yo había agotado mis lamentos y mis sucres; entonces, tratándome  como si fuera un niño, me daba un beso en la frente y me encaminaba hasta la Flores y hasta la próxima enbielada.
Sicles con su exhibición y su propuesta xilográfica nunca se imaginó que abriría en mí este diluvio de recuerdos, o debo decir tal vez, marejada de estampas… Porque es así como funciona la memoria: un evento cualquiera en nuestras vidas, llamémoslo matriz,  se empodera y revive cada vez que la palabra lo estampa en un relato, como en estas estampas del proceso y edición variable de veinte ejemplares que nos presenta la Estampería Quiteña…
Memoria, xilografía, piel…  
Una vez que llegamos en la vida a alcanzar el modelo total de nuestra propia imagen, digamos el boceto final, la matriz, la flor de la juventud, nuestro esplendor máximo, la piel se encarga de, cada treinta y seis horas, renovarnos íntegros, y hacer una copia de nosotros mismos.  Sí, eso somos: xilografías vivientes que caminan y hablan en colección de millares de ejemplares, que se van descartando sobre sí mismas y terminarán por desdibujar el boceto original, para que con un empaste de tintas nuevo volvamos a coquetearle a la vida.  ¿Cómo podemos llamarnos viejos, si somos nuevos cada día y medio?   El tiempo es como esta Exposición que nos enseña a valorar la distancia desde la matriz hasta la última  impresión.
La última vez que vi a mi mariposa nocturna de Cascada cervecera fue para darle un obsequio.  Yo viajaría a Guayaquil al día siguiente para pasar navidad con mi familia.  ¿Qué quieres para navidad?, le pregunté yo a la negra Carmen, porque así se llamó mi mariposa.  Y ella me pidió una muñeca. Me reí como el idiota que fui en ese tiempo y me volví a San Marcos. Al despertar, cobijado por la seguridad y ya sobrio, esa solicitud no me dejó pensar en ninguna otra cosa durante todo el día. Al salir del trabajo me fui a Ricky y aunque me costó cuatrocientos cincuenta sucres, o sea treinta sopas de churos, le compré una Barbie, que le encantó e iluminó su sonrisa de mazamorra.  Carmen, dije y me le acerqué para preguntarle quedito, ¿Cuántos años tienes? 
Y mi mariposa nocturna, la negra Carmen, toda piel, xilografía y memoria, lo recuerdo muy bien…, me contestó que catorce.


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