miércoles, 7 de agosto de 2013

Texto que fue leido el 26 de julio del 13 en la presentacion performatica De Elizabeth Neira en el Bukowsky



Cucabyecta en negro y blanco


¿Qué es el arte sino ilusión?, dice Eli Neira en su blog y podríamos contestarle condescendientemente que, Sí, claro tienes razón Eli, como dice el comercial de HP: La magia no está en crear de la nada si no en hacer creer que lo hacemos. Y Hp lo logra porque es un ordenador facilitador de signos. Pero, en el mismo blog, la Neira sigue con otras preguntas: ¿Qué son los signos? ¿Qué son siglos y siglos de pintura, poesía, teatro novela, sino pura y cara ilusión? Preguntas, digo, que prefiero sean, sino contestadas o aclaradas, al menos vislumbradas en la ofrenda que esta Poeta nos tiene preparada para esta noche.  Y, sí, dije ofrenda. Pues esta no será una lectura muy a la tradicional usanza: primero porque no nos gusta y después  ya que tendremos con nosotros no a cualquier poeta de esos que saltan por docenas cuando pateamos un adoquín en la plaza Foch. No.
Hoy estará con nosotros La Neira, así con mayúscula como cuando se habla de La Félix, La Rubio, La Montiel, La Malinche, La Garbo, La Sáenz, La Toty  y todas esas mujeres que se han ganado el artículo en letras de molde Times new roman, bold y pica 30.  Ella es Elizabeth Neira, Chilena que ha participado en encuentros de poesía y performance en Chile, Perú, Argentina, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia, Venezuela, Brasil, Canadá, España y Suecia. Prontito podremos añadir Quito y Guayaquil en Ecuador. Ha publicado en antologías de Chile, Argentina, Perú, México y España. Ha sido conductora de talleres literarios en México Chile y Argentina. Actualmente dirige la micro editorial “Abyecta Ediciones Rabiosamente Independientes”. También realiza encuentros de poesía y performance como productora de arte independiente a través de la productora fantasma poesiAccion, gestión de cultura requetekontra independiente. O sea que La Neira es  poeta, periodista y performancista.

Tan solo para que les coja la curiosidad les leeré un poemita que he construido con las justas palabras con las que la Neira justifica una performace ante la impotencia de los signos:  




Cucabyectos

Me fotografío cagando
para que no quede duda
real y mediática a la vez,
más real (aunque menos mediática)
que las tetas de la Bolocco.
Más real que el dólar y el peso.

Mírela usted, huélala usted.
Mírela bien…
¿Qué se siente cuando bautizo
con el apelativo apócrifo
de “El enemigo interno”
A mi producto bruto?
¿Qué siente? ¿Asco?
Ilusión de significado y de comunicación,
ilusión de trascendencia

Chúpate esta…
Así he bautizado yo a mi caca
Porque la perfomance es así:
Como cagarse en público
O vía

Así que, para irnos preparando un poco y tomar fuerza, como telonero de nuestra invitada, La Neira, les he traído un cuento mío, un texto cortito: Montañas locas.


Montañas locas
        
         Las montañas de la locura las ha construido el hombre.  Construyó en piedra, en paja, en adobe, en mierda, con argamasa, con cemento, con madera y cemento, con acero y cristal, con las dos leches y sangre.  Con fuego y osamentas tejidas que sostenían  arquitrabes de ladrillo.  Construir es la locura.  Habitar, poseer, penetrar, eso quiere.  Y si no que lo diga Juanita, la última de las últimas putas de la bahía,  esa mujer  que me explicó, retórica y panfletera, el significado de la sexualidad humana.
         Solamente pedía que le comprara paquetes y me contaba cada vez una versión afectada por su sensibilidad de ese día, tal vez el morocho la ponía tierna y el trago sensual, y para cada vez tuvo ella su remake.  Los hombres no existen.  No hay hombres.  Claro que no, todos somos mujeres, eso lo sabe todo el mundo, le contesté y ella rió a carcajadas.  Por eso es que te amo, y me invitó al Plei lan par, A la montaña rusa, que es una locura.  Pensé en mis montañas locas y me decidí.
         Le compré cinco dólares de paquetes que mientras viajábamos en la dos iba roleando con grifa chola como ella para armarse sus maduritos.  Siempre tenía un tema de conversación obvio como sus lonjas impúdicas y el ombligo brotado que estaba acostumbrada a mostrar.  Yo desde siempre supe que no había, no como esas compas que ya de viejas dicen, Ya no hay hombres. Si nunca hubo.  Los hombres para las cojudas, y se pegaba su risotada, pero nadie en el bus se volteó, ni el chofer nos chequeó por el retrovisor, ¿la conocerían?, ¿estaríamos allí?
         Me meo, me meo, en lo más meneado del viaje.  Aguanta, grité y  empezó a desacelerar la máquina.  Cuando bajamos, me arrinconó tras un poste oscuro y, mientras se prendía el primero, se bajó los calzones y me orinó sobre los pies enchancletados.  Era totalmente lampiña.  Ves que puedo mear como hombre, y si me pongo la mano, así, igualito.  Era cierto,  tomé esa mano y nos fuimos a la montaña. Tenía  dos caídas libres y una sola espiral vertical.   Dos veces se recorrió todo el camino pero en la segunda vuelta no hubo espiral; durante las dos Juanita, contra el huracán,  prendió su maduro y aulló como lobo agradecido, perdón, loba.
         Sí soy una loba.  Bajando de esta montaña esa declaración no podría ser más que la verdad, no cabía cuestionarse, se lo asume rápido y hay que seguir andando a algún susto nuevo.  Ya estoy loca, vámonos ya.  La seguí, como hice durante toda la noche, ¿Nos vamos a pie?, paseando.  Bueno.   Llevábamos muy buen ritmo y ella fumaba igualmente rítmica; no sé de donde sacaba tantos, así que la increpé, ¿Y por qué es que todas somos mujeres, ah?  Sí, ya te cuento.
         Hoy no quiero música, ni baile.  Nos vamos al Rincón a encerrar en los privados. Cogimos largo por Esmeraldas y allí, en un privado del Rincón, en esa tola de esquizofrenia, compartimos su trago y los paquetes mientras ella hablaba.  No ñañito, si ni sé cómo empezarte esta vez, qué te digo.  A los catorce años a mi mamá la embarazó de mí su primito, el más lindo, de su misma edad, que la amaba y sólo podía darle su amor, lo único que no se le acabó jamás.  Antes de que Ernesto, mi papá ¿verdad?,  cumpla veinte, ya se habían hecho dos más y esperábamos el último; en ese año nos mudamos a la casa lindísima y elegantísima del señor que mi papá nos presentó como, Un señor muy bueno, a quien yo quiero mucho porque él me quiere mucho a  mí y por eso a ustedes los ama tanto como yo.  Y lo hizo, a mi padrino lo adoro, mi  vida me la perdió otra de esas locas disfrazadas de machos.  Todas somos mujeres.  No me acuerdo si hablaba mientras fumaba o se tomaba descansos de los que no tengo memoria, ¿será?
         Lo anormal son los capataces, gerentes, presidentes, los mandones,  sabes, ¿entiendes? Ustedes, los chicos, tienen picha porque es necesario, pero tienen todo lo demás y hasta sienten como nosotras, ¿quién diría?  Los gays son los hombres de verdad, que son mitad picha y mitad cerebro, porque locas son del culo, no de la cabeza, eso decía el señor, mi padrino.  Como de niños ven que tienen pinga, creen que son machos y, sin alguien que les diga que son mujeres con pipí, terminan creyéndose el cuento de niño macho no llora.  Eso que les hacen ser.   Los hombres son un invento de los hombres dañados. Toda mi familia es bisexual y yo soy puta porque me da la gana.  Ya te dije.
         Cuando llegamos casi se caía.  Apagó su maduro y guardó la chicharra.  Las montañas de la locura son la crueldad necesaria, el tributo que las mentiras nos arrancan.

UNDER ES RESISTENCIA!









Intermezzo

Ayer estuve en la Mariposa Nocturna,  presentación de los grabados de Arnoldo Sicles  que con su exhibición y su propuesta xilográfica nunca se imaginó que abriría en mí un diluvio de recuerdos, o debo decir tal vez, marejada de estampas… Porque es así como funciona la memoria: un evento cualquiera en nuestras vidas, llamémoslo matriz,  se empodera y revive cada vez que la palabra lo estampa en un relato, como en estas estampas del proceso y edición variable de veinte ejemplares que nos presenta la Estampería Quiteña…
Memoria, xilografía, piel…  
Una vez que llegamos en la vida a alcanzar el modelo total de nuestra propia imagen, digamos el boceto final, la matriz, la flor de la juventud, nuestro esplendor máximo, la piel se encarga de, cada treinta y seis horas, renovarnos íntegros, y hacer una copia de nosotros mismos.  Sí, eso somos: xilografías vivientes que caminan y hablan en colección de millares de ejemplares, que se van descartando sobre sí mismas y terminarán por desdibujar el boceto original, para que con un empaste de tintas nuevo volvamos a coquetearle a la vida.  ¿Cómo podemos llamarnos viejos, si somos nuevos cada día y medio?   El tiempo es como esta Exposición que nos enseña a valorar la distancia desde la matriz hasta la última  impresión.

Improvisar hasta que regrese Elizabeth.


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