Cucabyecta en negro y blanco
¿Qué es el arte sino ilusión?, dice Eli Neira en su
blog y podríamos contestarle condescendientemente que, Sí, claro tienes razón
Eli, como dice el comercial de HP: La magia no está en crear de la nada si no
en hacer creer que lo hacemos. Y Hp lo logra porque es un ordenador facilitador
de signos. Pero, en el mismo blog, la Neira sigue con otras preguntas: ¿Qué son
los signos? ¿Qué son siglos y siglos de pintura, poesía, teatro novela, sino
pura y cara ilusión? Preguntas, digo, que prefiero sean, sino contestadas o
aclaradas, al menos vislumbradas en la ofrenda que esta Poeta nos tiene
preparada para esta noche. Y, sí, dije
ofrenda. Pues esta no será una lectura muy a la tradicional usanza: primero
porque no nos gusta y después ya que
tendremos con nosotros no a cualquier poeta de esos que saltan por docenas cuando
pateamos un adoquín en la plaza Foch. No.
Hoy estará con nosotros La Neira, así con mayúscula
como cuando se habla de La Félix, La Rubio, La Montiel, La Malinche, La Garbo,
La Sáenz, La Toty y todas esas mujeres
que se han ganado el artículo en letras de molde Times new roman, bold y pica
30. Ella es Elizabeth Neira, Chilena que
ha participado en encuentros de poesía y performance en Chile, Perú, Argentina,
México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia, Venezuela, Brasil, Canadá,
España y Suecia. Prontito podremos añadir Quito y Guayaquil en Ecuador. Ha
publicado en antologías de Chile, Argentina, Perú, México y España. Ha sido
conductora de talleres literarios en México Chile y Argentina. Actualmente
dirige la micro editorial “Abyecta Ediciones Rabiosamente Independientes”.
También realiza encuentros de poesía y performance como productora de arte
independiente a través de la productora fantasma poesiAccion, gestión de
cultura requetekontra independiente. O sea que La Neira es poeta, periodista y performancista.
Tan solo
para que les coja la curiosidad les leeré un poemita que he construido con las
justas palabras con las que la Neira justifica una performace ante la
impotencia de los signos:
Cucabyectos
Me
fotografío cagando
para que no
quede duda
real y
mediática a la vez,
más real
(aunque menos mediática)
que las
tetas de la Bolocco.
Más real que
el dólar y el peso.
Mírela
usted, huélala usted.
Mírela bien…
¿Qué se
siente cuando bautizo
con el
apelativo apócrifo
de “El enemigo
interno”
A
mi producto bruto?
¿Qué siente?
¿Asco?
Ilusión de
significado y de comunicación,
ilusión de
trascendencia
Chúpate
esta…
Así he
bautizado yo a mi caca
Porque la perfomance es
así:
Como
cagarse en público
O
vía
Así
que, para irnos preparando un poco y tomar fuerza, como telonero de nuestra
invitada, La Neira, les he traído un cuento mío, un texto cortito: Montañas
locas.
Montañas locas
Las montañas de la locura las ha
construido el hombre. Construyó en
piedra, en paja, en adobe, en mierda, con argamasa, con cemento, con madera y
cemento, con acero y cristal, con las dos leches y sangre. Con fuego y osamentas tejidas que
sostenían arquitrabes de ladrillo. Construir es la locura. Habitar, poseer, penetrar, eso quiere. Y si no que lo diga Juanita, la última de las
últimas putas de la bahía, esa
mujer que me explicó, retórica y
panfletera, el significado de la sexualidad humana.
Solamente pedía que le comprara
paquetes y me contaba cada vez una versión afectada por su sensibilidad de ese
día, tal vez el morocho la ponía tierna y el trago sensual, y para cada vez
tuvo ella su remake. Los hombres no
existen. No hay hombres. Claro que no, todos somos mujeres, eso lo
sabe todo el mundo, le contesté y ella rió a carcajadas. Por eso es que te amo, y me invitó al Plei
lan par, A la montaña rusa, que es una locura.
Pensé en mis montañas locas y me decidí.
Le compré cinco dólares de paquetes que
mientras viajábamos en la dos iba roleando con grifa chola como ella para
armarse sus maduritos. Siempre tenía un
tema de conversación obvio como sus lonjas impúdicas y el ombligo brotado que
estaba acostumbrada a mostrar. Yo desde
siempre supe que no había, no como esas compas que ya de viejas dicen, Ya no
hay hombres. Si nunca hubo. Los hombres
para las cojudas, y se pegaba su risotada, pero nadie en el bus se volteó, ni
el chofer nos chequeó por el retrovisor, ¿la conocerían?, ¿estaríamos allí?
Me meo, me meo, en lo más meneado del
viaje. Aguanta, grité y empezó a desacelerar la máquina. Cuando bajamos, me arrinconó tras un poste
oscuro y, mientras se prendía el primero, se bajó los calzones y me orinó sobre
los pies enchancletados. Era totalmente
lampiña. Ves que puedo mear como hombre,
y si me pongo la mano, así, igualito.
Era cierto, tomé esa mano y nos
fuimos a la montaña. Tenía dos caídas
libres y una sola espiral vertical. Dos
veces se recorrió todo el camino pero en la segunda vuelta no hubo espiral;
durante las dos Juanita, contra el huracán,
prendió su maduro y aulló como lobo agradecido, perdón, loba.
Sí soy una loba. Bajando de esta montaña esa declaración no
podría ser más que la verdad, no cabía cuestionarse, se lo asume rápido y hay
que seguir andando a algún susto nuevo.
Ya estoy loca, vámonos ya. La
seguí, como hice durante toda la noche, ¿Nos vamos a pie?, paseando. Bueno.
Llevábamos muy buen ritmo y ella fumaba igualmente rítmica; no sé de
donde sacaba tantos, así que la increpé, ¿Y por qué es que todas somos mujeres,
ah? Sí, ya te cuento.
Hoy no quiero música, ni baile. Nos vamos al Rincón a encerrar en los
privados. Cogimos largo por Esmeraldas y allí, en un privado del Rincón, en esa
tola de esquizofrenia, compartimos su trago y los paquetes mientras ella
hablaba. No ñañito, si ni sé cómo
empezarte esta vez, qué te digo. A los
catorce años a mi mamá la embarazó de mí su primito, el más lindo, de su misma
edad, que la amaba y sólo podía darle su amor, lo único que no se le acabó
jamás. Antes de que Ernesto, mi papá
¿verdad?, cumpla veinte, ya se habían
hecho dos más y esperábamos el último; en ese año nos mudamos a la casa
lindísima y elegantísima del señor que mi papá nos presentó como, Un señor muy
bueno, a quien yo quiero mucho porque él me quiere mucho a mí y por eso a ustedes los ama tanto como
yo. Y lo hizo, a mi padrino lo adoro, mi vida me la perdió otra de esas locas
disfrazadas de machos. Todas somos
mujeres. No me acuerdo si hablaba
mientras fumaba o se tomaba descansos de los que no tengo memoria, ¿será?
Lo anormal son los capataces, gerentes,
presidentes, los mandones, sabes,
¿entiendes? Ustedes, los chicos, tienen picha porque es necesario, pero tienen
todo lo demás y hasta sienten como nosotras, ¿quién diría? Los gays son los hombres de verdad, que son
mitad picha y mitad cerebro, porque locas son del culo, no de la cabeza, eso
decía el señor, mi padrino. Como de
niños ven que tienen pinga, creen que son machos y, sin alguien que les diga
que son mujeres con pipí, terminan creyéndose el cuento de niño macho no
llora. Eso que les hacen ser. Los hombres son un invento de los hombres
dañados. Toda mi familia es bisexual y yo soy puta porque me da la gana. Ya te dije.
Cuando llegamos casi se caía. Apagó su maduro y guardó la chicharra. Las montañas de la locura son la crueldad
necesaria, el tributo que las mentiras nos arrancan.
UNDER ES RESISTENCIA!
Intermezzo
Ayer
estuve en la Mariposa Nocturna,
presentación de los grabados de Arnoldo Sicles que con su exhibición y su propuesta
xilográfica nunca se imaginó que abriría en mí un diluvio de recuerdos, o debo
decir tal vez, marejada de estampas… Porque es así como funciona la memoria: un
evento cualquiera en nuestras vidas, llamémoslo matriz, se empodera y revive cada vez que la palabra
lo estampa en un relato, como en estas estampas del proceso y edición variable
de veinte ejemplares que nos presenta la Estampería Quiteña…
Memoria,
xilografía, piel…
Una
vez que llegamos en la vida a alcanzar el modelo total de nuestra propia
imagen, digamos el boceto final, la matriz, la flor de la juventud, nuestro
esplendor máximo, la piel se encarga de, cada treinta y seis horas, renovarnos
íntegros, y hacer una copia de nosotros mismos.
Sí, eso somos: xilografías vivientes que caminan y hablan en colección
de millares de ejemplares, que se van descartando sobre sí mismas y terminarán
por desdibujar el boceto original, para que con un empaste de tintas nuevo
volvamos a coquetearle a la vida. ¿Cómo
podemos llamarnos viejos, si somos nuevos cada día y medio? El tiempo es como esta Exposición que nos
enseña a valorar la distancia desde la matriz hasta la última impresión.
Improvisar
hasta que regrese Elizabeth.