Amanecer…, con alguien, ¿amado?, qué bien. Con más de uno, mejor. Y, a fin de cuentas, ¿quién nos despierta?
Desde hace un poco más de cincuenta años San Marcos amanece con dos. Son más que amigas, primas. Lo comparten, lo circundan, lo festejan, lo aman…, y han hecho que sus familias también se dediquen a él. Doña Rosario “Charito” Báez lo levanta desde adentro y su colega Aida Ruiz lo acompaña a la misa en Santa Catalina.
La Curiosidad es mal vicio, me dice Charito cuando empiezo a preguntarle por su labor y su vínculo con el barrio. Es que soy periodista, quiero hacer una crónica sobre usted y ya sabemos que San Marcos siempre ha sabido disimular su vicio, ¿verdad? Escuchar, leer, saber…, saber callar. A esta edad es lo que nos mantiene vivas. Imagínese, qué más voy a esperar ahora, todo lo que tenía la vida para mí ya lo tuve… Hijos y nietos hacen sus vidas, nos ayudan, algunitos también están en el negocio, me han dicho ambas, Charito y Doña Aida.
Hoy era de amanecer con Charito. A las seis y Treinta ya estábamos esperándole en la Plaza, pisando adoquines y arrimados a piedras que llevan allí desde 1597, antes que, por estar “Sur les terres del Equateur” nos convirtieran en la república que, entonces, ni siquiera, pensaba en tener una prensa, menos una imprenta y ni de sueño un medio de comunicación. Guttemberg ya viva en la escena mundial, pero en el nuevo mundo, al igual que el viejo y en el ignoto, aún todo era tinta china y pluma de ánade austriaco. En esto pensaba yo cuando me dije, Mejor camino por el barrio para encontrarla en su recorrido, deslizando la noticia por los umbrales que la mañana aun no calienta, enseñando la primera plana, porque, a su edad, ella ya no vocea.
Yo me voy por toda la Junín y completo hasta la Silva y la Texeira, luego me siento en algún zaguán, me había dicho ayer, Como aquí me conocen todos, me buscan y les vendo. Pero eran ya las siete y cuarenta y cinco, la Charito no aparecía. Tocará buscarla. En la picantería Laurita, me dijeron que a la “mamitica” no la habían visto hoy, que estaba ya cuchita y que con sus veinte periodiquitos se demoraba como tres horas en recorrer el barrio, que tenga paciencia, ella nunca falta un día… A sabiendas que subiría desde la Marín me ubiqué entre la Almeida y la escalinata con un ángulo que la descubriera de seguro.
A las ocho y cuarto se instaló en la Plaza una banda estudiantil y entre bombos y platillos llegaron las nuevas estrellas del maratón infantil, pero de la Charito, ni el polvo. Preocupado, rehíce su recorrido y pregunté por ella en toda tienda abierta, en La Casa de la Danza, en La Parroquial, en la del Pintor Zapata, en la del doctor Abram, en el Museo de la Acuarela Oswaldo Muñoz Mariño, en la de los Ortiz y los Belalcazar. Todos la esperaban igual que yo… ¿Qué será? Frente al Museo de la Arquitectura (qué de intelectualidad rebosa San Marcos, cuánta historia reunida), un caballero con pinta de burócrata atrasado a su ministerio, me dijo que a lo mejor estaba con Doña Aida, en la esquina de la Espejo y flores. Claro al margen del barrio para no competir ni estorbarse, a por ellas…
Hace años, yo cargaba un tongo de comercios tan pesados como uno de estos adoquines, me había dicho Charito, había casas en las que me llevaban de cuatro en cuatro, pero esas familias ya se fueron del centro, solo quedan las señoritas Moscoso, los Guerra, la doctorita Ruiz, los Villacís, don Puente y las monjitas, esas no se han de ir nunca… Ahora yo saco para el almuerzo no más, si de cada diario me gano doce centavos, con veinte ya tengo… El cuarto en el que vivo me lo paga un hijo mío, allá por el colegio Espejo. Y, mi otra hijita termina de vender lo que yo no hago en su tienda. Trato de descifrar con impertinencia su edad y me dice sonreída, Yo empecé a vivir desde que entrego el diario, o sea que tengo un poquito más de cincuenta. Sabia frente a la insolencia.
Ya la vi. Está armando el puesto, me voy acercando pero, dudo. Ese no es su chal, ella usa sombrero de fieltro azul, no lleva gorra. Ah, Claro es que ha sido doña Aida. Intento sorprenderla pero se percata de mi sombra a su lado, larga como la espadaña de Santa Catalina. Voltea me mira y creo que no me reconoce. Cómo le va, Bien, me contesta, aun dudosa. No ha aparecido la Charito, le comento. ¡Ahh! El de la revista ha sido, Sí mi doñita. Ayer se fue temprano y hoy no le visto alzar, es que ya no somos niñas, ahora todo ya nos pesa…, y se encorva para sobarse unas rodillas paquidérmicas. A lo mejor está enferma, ojalá que no.
Al igual que su colega lleva en esto de repartir diarios más de cincuenta años. Son las que madrugan a San Marcos, con la voz de La Hora, El Comercio, El Hoy, Súper, y las revistas de moda. Hoy entre todos no vende más de ochenta al día. Hace años que dejaron de traer a Memín y a Kalimán, y nunca, me jura con sonrisa pícara, Nunca esas de lluchas. Le creo, pues cuando le aviso que desde la acera de enfrente hace un buen rato que nos fotografían, se sonroja y me invita al recorrido de esta mañana, Cortito no más, me llego hasta el colegio del Claustro de Santa Catalina, a la peluquería, al hotel de las buenas mozas, que ahora las han sacado de la Junín, pero empiezan antes que yo y de allí me regreso. A quien madruga…, A todos nos ayuda Dios, termina mi adagio, y continúa. Trabajando en la calle se ve de todo, se conoce a todo el mundo, se aprende a reconocer y a olvidar. Una se vuelve como el diario mismo, porque por aquí han pasado comprando políticos y famosos, y de mí nunca se acuerdan, lo que quieren es verse en la foto.
Merece sus quince minutos de fama, cuando salga esta edición no la olvidaré. Aunque tenga que amanecer en San Marcos y con una de sus despertadoras, ella verá su foto. Lo prometido es deuda.
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