miércoles, 9 de octubre de 2013

“Bus stop” o “Nunca fui santa”



        Este texto fue leido en la FLACSO,  en la ocasion de la presentacion de la novela "Bajo el habito" de Pedro Artieda Santacruz.

   “Aunque de su sangre, tras su muerte, brotaron azucenas blancas, aseguraba que, De santa no tengo nada…” Es así, casi casi, como inicia “Bajo el hábito” de Pedro Artieda Santacruz, quien con estudios en Psicología Clínica y una maestría en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, nos dice que se ha dedicado a la comunicación, escribiendo crónicas y análisis sobre literatura, cine y género, publicados en varias revistas como Diners, El Búho y Vistazo, entre otras.  En qué tiempo, me pregunto yo, si después de “La homosexualidad masculina en la narrativa ecuatoriana”, ensayo que recibió el premio Manuela Sáez del  2004, el libro de  cuentos “Lo oculto de la noche”, publicado en  2011, también ha sacado las novelas “Nadie lo sabe con certeza”, “La última pared roja”  y esta última, la de la sotana undercover, que es el tema que nos tiene hoy aquí reunidos. ¿A qué hora? Pues, el escritor lo sacrifica todo por su ficción.
¿Nunca fui Santa?, recuerdo que me pregunté,  como la Azucena de Quito, Santa Marianita de Jesús y como Marilyn                         …en Bus stop, no por dudar de que alguna vez lo haya sido, si no porque esa idea de inmediato vino a mi cabeza cuando empecé a leer a Artieda. Acompáñennos en esta relectura, por favor… Porque leer también implica reconocerse, ponerse a prueba frente a la ficción que nos concierta sobre el obvio cuestionamiento íntimo de si pensamos como el autor, si actuaríamos  como los protagonistas, si hemos vivido algo parecido, si nos parecemos a algún personaje… Confieso que no sabía de Pedro antes de este texto y que lo descubrí a medida que fui recorriendo sus cortísimos capítulos, más bien  redactados  como episodios de manga escrita; con desparpajo y violenta elegancia gongoriana, dándose el lujo de  imponernos un narrador omnisciente general con tonos de periodista testimonial, a veces, o investigativo, en otras, que arrastra ripios sonoros en conjugaciones  y algunas  construcciones arcaicas como angostas calles, grasientas caderas, vistosas cercas; y, que aun así, nos  engrilla a una serie de misterios que brotan tras las palabras como  pañuelos coloridos del puño de un ilusionista. 
Adoro la magia y los trucos bien elaborados, por eso seguí leyendo. Y, tras la voz del protagonista, un curita travesti, con todos sus lugares comunes,  me abordó también un intrigante eco que no se si saltaba de las líneas que estuve leyendo o de mis propios referentes de cinéfilo… ¿Sería la otra, una de mis esquizoides alteridades que me visita a menudo?                     No me contesté,  había caído en las mismas catacumbas que describe, con el furor de catarata verbal que identifica a la denuncia,  Artieda Santacruz; y, para salvarme, debí continuar la lectura.  Olvidé en ese momento lo psicólogo clínico del autor que me atrapaba en una red de sintaxis y, Qué importa, me  dije, pues los buenos personajes de ficción no crecen mientras más  traumas liberen recostados en algún sofá sino que toman forma de tinta con gramática y sobre papel.
Llegué a eso de que “El viejo cura cierra el manuscrito…”  Y me acordé de Nelly, la protagonista de Jacqueline Susan en su “Valle de las muñecas”, que fueron tachados de cursis por la crítica mojigata y academicista de los setentas en los Estados Unidos y gran parte del mundo.  La cursilería y el lugar común, digo yo, tan venidos a menos, se recuperan tras décadas de escondrijo y enclosetamiento. ¿Por qué el lugar común sigue siendo satanizado? ¿Qué de malo tiene aun la rutina y lo cursi? ¿No es así como se aprende a desear la culpa, a perdonar el dolor, a soportar la injusticia y a amar lo inalcanzable? Hay que saberlo usar: esgrimirlo o esconderlo cuando se debe,  al lugar común me refiero, mal pensados…, amarlo como el punto de encuentro entre la academia filosófica y el refranero popular, como El Monasterio, de Santacruz y Artieda donde ella y él son él y ella  porque están fusionados en la necesidad, por el hambre y por el hombre que los desea a ambos, otra cursilería que es tan lugar común  como que solo hay dos clases de locas: las pasivas y las mentirosas.  La oportunidad del año viejo que me deja ser yo: La Viuda de mi mismo, idolatrando mis secretas fantasías año a año sin sentir vergüenza.
Y, bueno, como decía, escuché  a la otra que me visita a menudo                                y,                             desde que empecé a leer “Bajo el habito”, me ha acompañado casi todas las noches.  Hay pasajes que ha aprendido de memoria porque, como me lo dijera en un momento emocionante, Es que yo también soy Norma, Norma Jean y alguna vez también creí que se podía Amar en el lugar de común encuentro… y fue entonces cuando Marilyn, esta Marilyn que ya está con nosotros, empezó su poema…

Amar en el lugar de común encuentro
A que no adivinas donde estoy…
En penitencia, lista para lavar las culpas
De quien me hiciera sentir mujer de verdad.
Sobre su primera pluma siempre me espera
Porque también se ha sentido puta
En un infierno de placer y purificación
Perdóname y clávame
Clávame y perdóname
En cualquier cruz de la calzada

Grueso cuello, maciza puerta, guarda gigantesco: Virgen doncella
De santa no tengo nada, Mariana.
Nunca fui santa, Norma…
Mírame, erótico Ámsterdam, señálame
Verga desproporcionada, fecundidad contemporánea.
Si capan al ángel,
Los hombres quedaran impotentes
Y las mujeres anorgásmicas.   
¿Dónde estás amor mío?
Tras el lunar en mi mejilla izquierda…
Te he imaginado muriendo por el tafetán rosa
Aunque los diamantes son mis mejores amigos
Ahora llevo los rubíes que son la ruta del deseo…

Frente, ojos, nariz, barbilla y cuello.
Intempestivamente
Como mueren las divas madres de la pantalla
De mármol, eternamente jóvenes
Abortando sin ser vistas tras la Veracruz
Toreras del placer y satanizadas
Como esta mujer de sol vestida,
Reina de doce estrellas
Portentosa señal alada
Que al firmamento se remonta erguida
Flor de la alianza,  esclava del señor, asunta y gloria…
No te hagas ilusiones Greta,
Ni Rita, ni Ava, ni La Félix o La Montiel…
 Cariños, Marilyn.
Adiós, Norma Jean. Au revoir, Marilyn.
Chau, Pedro.